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Cuentos

EL ZORRITO BOCON



La rana, el venado, el mapache y el zorro eran muy amigos. Un día, la rana, el venado y el mapache encuentran un montón de fruta y deciden guardarlo en secreto. Por el camino, se encuentran al zorro, que al verles tan felices les pregunta por qué. Se resisten a contarlo porque es secreto, pero el zorro les pide que confíen en él y lo hacen. Cuando llegan al pueblo, se olvida de su promesa y lo cuenta a todo el mundo. Cuando vuelven la rana, el venado, el mapache por la fruta, los otros animales del pueblo ya se la habían comido. Ese mismo día la rana, el venado y el mapache encuentran otro lugar lleno de comida, y se repite la misma historia con el zorro. Enfadados por sus traiciones, deciden darle una lección, y al día siguiente le cuentan que han encontrado un lago tan lleno de peces que no hay que esforzarse en cogerlos. El zorro vuelve a traicionarles y cuenta el secreto. Al día siguiente, el zorro aparece lleno de golpes, porque al contarles a todo el mundo lo de los peces, habían ido allí hasta osos polares; pero al no encontrar peces se sintieron engañados y dieron una buena golpiza al zorro.  El zorro aprendió que la confianza es muy importante, pero que para que puedan confiar en uno, hay que ganarse esa confianza con lealtad, y cumpliendo las promesas. Alguna trampa más le pusieron sus amigos, pero como ya no era un bocazas, el zorro volvió a recuperar la confianza de pingüino y reno, y éstos le perdonaron.


PICO CHATO 



Pico hato era un pato de granja cuya mayor ilusión era convertirse en un célebre equilibrista. Todos los días ensayaba muchas horas sobre la cuerda, animado por su fiel amigo Poco Pocho, otro pato un poco más anciano que de joven tuvo esa misma afición. Pero como los dos eran un poco "patos", la verdad es que no se les daba muy bien, aunque no por ello dejaban de entrenarse y tratar de mejorar.
Cierto día, llegó un carnero nuevo a la granja, que al poco de ver a los patos haciendo sus equilibrios, comenzó a alabarles y a comentarles lo bien que lo hacían, y a apostar que podrían cruzar cualquier precipicio sobre una cuerda. Esto animó muchísimo a Pico Chato, a pesar de que su amog Poco Pocho le comentaba que no había notado tal mejoría. Y en pocos días, Pico Chato ya había quedado con el carnero junto al barranco del río, un lugar con un gran salto que sólo podría cruzarse pasando por una cuerda.
Poco Pocho trató de disuadir a su amigo, haciéndole ver que aún no era tan buen equilibrista y que aquello sería peligroso, pero el carnero protesto asegurando que era el mejor equilibrista de la comarca, y que el anciano pato sólo tenía envidia. Así que ambos patos se enfadaron y Poco Pocho se negó a asistir a la demostración.
En el río, el carneró animó al pato a cruzar y llegar al otro lado, pero nada más comenzar, perdió el equilibrió y cayó. Por fortuna, pudo ir a parar a un pequeño saliente entre las rocas, pero cuando fue a pedir ayuda al carnero, este había desaparecido. Allí pasó un rato Pico Chato con la pata rota, pensando que su viejo amigo tenía razón, y que le decía la verdad cuando le comentaba que aún no estaba preparado; se dio cuenta de lo difícil que tenía que haber sido para Poco Pocho decirle que no era un buen equilibrista, y pensó en cuánta suerte tenía de tener un amigo tan bueno, capaz de decirle las cosas sinceramente...
Y efectivamente era un buen amigo, porque sabiendo lo que iba a ocurrir, no había perdido el tiempo, y había ido a buscar a un grupo de patos salvajes, viejos amigos suyos, que volaban mucho mejor que los pobres patos de granja. Con ellos había preparado una operación de rescate, sabiendo que su amigo caería de la cuerda. Pico Pato le pidió entonces mil perdones, que el anciano pato aceptó encantado, y cuando al ser rescatado le llevaron volando por las alturas, pudo ver que al otro lado del precipicio había un tesoro de deliciosos manjares muy escondido, y se dio cuenta de que en realidad aquello era lo único que pretendía el avaricioso carnero, para quien cruzar la cuerda era imposible. Y Pico Chato se sintió tan tonto como afortunado, porque ayudados de sus amigos los patos, recogieron todo aquella excelente comida para llevarla a la granja y hacer una gran fiesta con todos sus verdaderos amigos.

El niño súper campeón
 

Había una vez un niño al que lo que más le gustaba en el mundo era ganar. Le gustaba ganar a lo que fuera: al fútbol, al trompo, a los tazos, a... a todo. Y como no soportaba perder, se había convertido en un experto con todo tipo de trampas. Así, era capaz de hacer trampas prácticamente en cualquier cosa que jugase sin que se notara, e incluso en los juegos con sus amigos y jugando solo, se sabía todo tipo de trucos para ganar con total seguridad.

Así que ganaba a tantas cosas que todos le consideraban un campeón. Eso sí, casi nadie quería jugar con él por la gran diferencia que les sacaba, excepto un pobre niño un poco más pequeño que él, con el que disfrutaba a lo grande dejándole siempre en ridículo.

Pero llegó un momento en que el niño se aburría, y necesitaba más, así que decidió apuntarse al campeonato de yoyo que organizaron en el pueblo, allí encontraría rivales de su talla. Y allí fue dispuesto a demostrar a todos sus habilidades, pero cuando quiso empezar a utilizar todos esos trucos que sabía de mil juegos, resultó que ninguno de ellos funcionaba. ¡Los jueces se dieron cuenta de que estaba haciendo trampas y le adviertieron de descalificarlo. 

Entonces sintió una vergüenza enorme: él era bueno jugando, pero sin sus trucos, fue incapaz de ganar a ninguno de los concursantes. Allí se quedó una vez eliminado, triste y pensativo, hasta que todo terminó y oyó el nombre del campeón: ¡era el niño pequeño a quien siempre ganaba y se burlaba de el!

Entonces se dio cuenta de que aquel niño había sido mucho más listo: nunca le había importado perder y que le diera grandes palizas, porque lo que realmente hacía era aprender de cada una de aquellas derrotas, y a base de tanto aprender, se había convertido en un verdadero maestro.

Y a partir de entonces, aquel niño dejó de querer ganar siempre, y pensó que ya no le importaría perder algunas veces para poder aprender, y así ganar sólo en los momentos verdaderamente importantes.


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Jesús Vive
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