¡Dios te ama y te necesita para amar!
 
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Comentario lecturas Cristo Rey

Domingo XXXIV del tiempo ordinario:
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO

1. Introducción:

 

Con la fiesta de Cristo Rey termina el Año Litúrgico, Hoy celebramos la soberanía universal de Cristo. Él, que es Señor de la creación, es nuestro Rey por su muerte y resurrección. Él venció y ahora nos dirige con su dominio de amor, perdón y paz.

 

Oración inicial

 

Shadai, Dios de la montaña, que haces de nuestra frágil vida la roca de tu morada, conduce nuestra mente a golpear la roca del desierto, para que brote el agua para nuestra sed. La pobreza de nuestro sentir nos cubra como un manto en la oscuridad de la noche y abra el corazón para acoger el eco del Silencio para que el alba envolviéndonos en la nueva luz matutina nos lleve con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro, el sabor de la santa memoria. Amén.

2. Lecturas y comentario

2.1. Lectura del segundo libro de Samuel 5, 1-3

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel". Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

La unión en un solo pueblo de todas las tribus descendientes de Jacob fue casi siempre un deseo más que una realidad. De hecho, prácticamente sólo podemos hablar de un solo pueblo durante los reinados de David y de su hijo Salomón. En el fragmento que leemos vemos que, después de que las tribus de Judá (reino del Sur) ungieran a David como su rey, ahora lo hacen las tribus de Israel (reino del Norte). David se había instalado en Hebrón, ciudad importante del reino de Judá. Allá van a proponerle los del norte que sea también su rey. Le dan tres razones. La primera es que son "hueso tuyo y carne tuya", es decir, son parientes. La segunda es que ya había ido a la cabeza del ejército de Israel en tiempos del rey Saúl. Y la tercera, que el mismo Señor le había escogido para ser rey de todo el pueblo. Notemos en las palabras del Señor dos elementos importantes: el pueblo es del Señor y el soberano es su pastor, imagen frecuente para hablar de la función real. El rey, pues, no es el dueño y señor del pueblo, que sólo pertenece al Señor, sino que es un instrumento de Dios para que lo conduzca por el buen camino. David y los ancianos de Israel establecen un pacto, una alianza. La unión sella el pacto y confiere a David la misión real sobre Israel (cf. 1 Samuel 16, 13). Así David se convierte en rey de todo el pueblo y símbolo de su unidad y pertenencia al Señor.


2.2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5

R/. Qué alegría cuando me dijeron:
     "Vamos a la casa del Señor"

Qué alegría cuando me dijeron: 
"Vamos a la casa del señor"
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus, 
las tribus del Señor.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.


2.3. Lectura de la carta del apóstol  san Pablo a los Colosenses 1, 12-20

Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha ha hecho capaces  de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,  y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.  Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.  Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.  Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Pablo resume en tres puntos la obra salvadora de Dios en Cristo; Dios nos ha hecho participar graciosamente de la herencia que había preparado para su pueblo santo, nos ha sacado del dominio de las tinieblas y trasladado al reino de su Hijo, y nos ha concedido el perdón por la sangre de Cristo. Por eso es justo y necesario dar gracias a Dios, al Padre, por medio de Jesucristo. Vale la pena hacer notar que Pablo se sirve de categorías del éxodo cuando hace esta memoria de la salvación de Dios en Jesucristo: herencia, pueblo santo, dominio de las tinieblas o esclavitud, traslación al reino, redención por la sangre. Por lo tanto, Pablo anuncia el evangelio de la liberación de todos los pecados y de cuanto esclaviza al hombre interna y externamente.

El "Dios invisible" es el Padre. Jesús es la "imagen del Padre"; por eso quien ve a Jesús, ve también al Padre (cfr. Jn 14, 9). Sólo por Jesús y en Jesús tenemos acceso al conocimiento del Dios invisible, del Dios vivo, que no es el Dios de la filosofía sino el Dios de la vida y de la historia, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. "Primogénito", pues no ha sido creado sino engendrado por el Padre; "Primogénito", porque es el heredero de todas las promesas y el primero entre muchos hermanos; "Primogénito" también porque es anterior a todo cuanto por él ha sido creado. Como Hijo de Dios, Jesús es de la misma naturaleza que el Padre.

Nada ha sido creado sin la mediación del "Hijo querido del Padre". Lo visible y lo invisible, lo terrestre y lo celeste es por él y para él. Con estas rotundas afirmaciones, Pablo sale al paso de algunas desviaciones doctrinales que disminuían la persona y la obra de Cristo en el universo. Uno de los errores principales que tiene a la vista Pablo cuando escribe estas palabras, es una especie de culto que se tributaba a los elementos fundamentales del cosmos (el agua, la tierra, el fuego y el aire) que se creían animados por espíritus celestes e invisibles. Pablo afirma claramente que nada ni nadie está por encima de Cristo, el Señor. Cristo, por quien y para quien todo ha sido creado, es también el que todo lo conserva y lo salva. El universo, alejado de Dios por el pecado del hombre, estaba a punto de perecer definitivamente ante la amenaza de la muerte. Pero el Hijo de Dios se hace hombre para llevar a cabo una restauración universal, mejor, una recreación. Para ello Cristo se ha constituido en cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo y el sacramento eficaz o señal de esta segunda creación. De Cristo procede ahora la nueva vida, él es el principio supremo de un nuevo orden. El es el primero que ha resucitado de entre los muertos y el principio de toda regeneración.

"Residiera toda la plenitud", esto es, la plenitud divina. Toda la riqueza inestimable de la divinidad que los falsos maestros suponían repartida entre los espíritus y potestades celestes, Pablo la ve concentrada en Cristo, que es el único Señor. Sin Cristo no es posible la salvación de los hombres y del universo. Pero en Cristo ha querido el Padre reconciliar consigo y salvar así todos los seres. Cristo ha muerto para que todos y todo tenga vida, en su sangre se alcanza aquella paz universal y aquella reconciliación sin la que es imposible la existencia. Judíos y gentiles son llamados en Cristo para formar un solo pueblo; el cielo y la tierra, todas las criaturas, están ahora en dolores de parto hasta que se manifieste la salvación universal operada por Dios en la sangre de Cristo.

2.4. Lectura del santo Evangelio según san Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: -A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Éste es el rey de los judíos". Uno de los malhechores lo insultaba, diciendo: -No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: -Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso

v. 35. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. Alrededor de la cruz se agrupan todos aquellos que han encontrado a Jesús en los tres años de su vida pública. Y aquí, frente a una Palabra clavada sobre el madero, se desvelan los secretos de los corazones. El pueblo que había escuchado y seguido al rabino de Galilea, que había visto los milagros y los prodigios, estaba allí sentado mirando: la perplejidad en las caras, mil preguntas en el corazón, la decepción y la percepción de que todo acaba allí. Los jefes hacen muecas y mientras dicen la verdad sobre la persona de Jesús: el Cristo de Dios, su elegido. Ignoran la lógica de Dios aún siendo fieles observadores de la ley hebraica. Esta invitación que encierra tanto desprecio: Que se salve a si mismo… narra el final recóndito de todas sus acciones: la salvación se conquista de por sí, observando los mandamientos de Dios.

 

vv. 36-37. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37 y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!» Los soldados que no tienen nada que perder en el campo religioso infieren sobre él. ¿Qué tienen en común con aquel hombre? ¿Qué han recibido de él? Nada. La posibilidad de ejercer, aunque sea por poco tiempo, el poder sobre alguien que no es posible dejar caer. El poder de la detención se enlaza con la maldad y se arrogan el derecho de la reírse de él. El otro, indefenso, se convierte en objeto de su propio goce.

 

v. 38. Había encima de él una inscripción: «Este es el rey de los judíos.» Realmente una burla la pequeña tabla de su culpa: Jesús es el culpable de ser el rey de los judíos. Una culpa que en realidad no lo es. A pesar de que los jefes hayan tratado de aplastar la regalidad de Cristo como han podido, la verdad se inscribe sola: Este es el rey de los Judíos. Este, y no otro. Una realidad que atraviesa los siglos y que pide a las miradas de los transeúntes que se detengan con el pensamiento sobre la novedad del evangelio. El hombre necesita de alguien que lo gobierne, y este alguien no puede ser que un hombre colgado de una cruz por amor, capaz de permanecer sobre el madero de la condena para dejarse encontrar vivo en la aurora del octavo día. Un rey sin cetro, un rey capaz de ser considerado por todos como un malhechor con tal de no renegar su amor por el hombre.

 

v. 39. Uno de los malhechores colgados le insultaba: « ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» En la cruz se puede estar por motivos diferente, como también por motivos distintos uno puede estar con Cristo. La proximidad con la cruz divide o acerca. Uno de los dos vecinos de Cristo, le insulta, le provoca, se ríe de él. A la salvación se la invoca como huida de la cruz. Una salvación estéril, sin vida, ya muerta en sí. Jesús está clavado en la cruz, este malhechor está colgado. Jesús es todo uno con el madero, porque la cruz es para él el rollo del libro que se abre para narrar los prodigios de la vida divina entregada sin condiciones. El otro está colgado como un fruto marchitado a causa del mal, y pronto a ser tirado.

 

v. 40. Pero el otro le increpó: « ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? El otro, al estar cerca de Jesús, vuelve a adquirir el santo temor y hace discernimiento. Quien vive al lado de Cristo puede reprochar a quien está a dos pasos de la vida y no la ve, sigue gastándola hasta el final. Todo tiene un límite, y en este caso el límite no lo fija el Cristo que está allí, sino su compañero. Cristo no responde, responde el otro en su lugar, reconociendo sus responsabilidades y ayudando al otro para que lea el momento presente como una oportunidad de salvación.

 

v. 41. Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.» El mal lleva a la cruz, la serpiente había guiado al fruto prohibido colgado del madero. ¿Pero qué cruz? La cruz de la propia “recompensa” o la cruz del fruto bueno. Cristo es el fruto que cada hombre o mujer puede coger del árbol de la vida que está en medio del jardín del mundo, el justo que no cometió algún mal, y que sólo supo amar hasta el extremo.

 

v. 42. Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino Una vida que llega a su plenitud y se encierra en una invocación increíblemente densa de significado. Un hombre, pecador, conciente de su pecado y de la justa condena, acoge el misterio de la cruz. A los pies de aquel trono de gloria pide ser recordado en el reino de Cristo. Ve a un inocente crucificado y reconoce y ve más allá de lo que aparece, la vida del reino eterno. ¡Qué reconocimiento! Los ojos de quien ha sabido en un instante captar la Vida que iba pasando y que transmitía un mensaje de salvación, aunque de forma sobrecogedora. Aquel reo de muerte, objeto de insultos y de escarnios por los que habían tenido la posibilidad de conocerle más de cerca y más largamente, acoge a su primer súbdito, su primera conquista. Maldito aquel que cuelga del madero, dice la Escritura. El maldito inocente se convierte en bendición para quien merece la condenación. Un tribunal político y terrenal como el de Pilatos, un tribunal divino como el de la cruz, donde el condenado se salva gracias al Cordero inocente que se consume de amor.

 

v. 43. Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.» Hoy. La palabra única y desbordante de la vida nueva del evangelio. Hoy. La salvación se cumple, no hay que esperar a otro Mesías que salve al pueblo de sus pecados. Hoy. La salvación está aquí, en la cruz. Cristo no entra solo en su reino, lleva consigo al primero de los salvados. Su misma humanidad, su mismo juicio, su misma suerte, su misma victoria. No es celoso Jesús de sus prerrogativas filiales, inmediatamente ha quitado de la lejanía de Dios y de la muerte a cuantos estaban a punto de sucumbir. Reino admirable aquel que se inaugura sobre el Gólgota…. Alguien ha dicho que el buen ladrón ha hecho el último robo de su vida, ha robado la salvación… ¡Y sea! ¡Para sonreír de quienes trafican las cosas de Dios! Cuanta verdad, por el contrario, contemplando el don que Cristo hace a su compañero de cruz. ¡Ningún robo! ¡Todo es don: la presencia de Dios no se regatea! Y menos aún el estar siempre con él. Es la fe que abre las portas del reino al buen ladrón. Bueno porque ha sabido dar el justo nombre a lo que había sido su existencia y ha visto en Cristo al Salvador. ¿El otro era malo? Ni más ni menos que el otro, quizás, pero se quedó más acá de la fe: buscaba al Dios fuerte y potente, al Señor potente en la batalla, a un Dios que pone las cosas en su sitio y no ha sabido reconocerle en los ojos de Cristo, se ha quedado en su impotencia.

 

Oración final

 

Señor, me parece extraño darte el nombre de rey. No es fácil acercarse a un rey… Mientras que hoy veo que estás sentado a mi lado, en el hoyo de mi pecado, aquí donde nunca hubiera pensado encontrarte. Los reyes están en los palacios, lejos de las vicisitudes de la pobre gente. Tú, por el contrario, vives tu señorío vistiendo trapos consumidos por nuestra pobreza. !Qué fiesta para mí verte aquí donde me he ido a esconder para no sentir sobre mí las miradas indiscretas del juicio humano. Al borde de mis fracasos ¿a quién he encontrado de no ser a ti? El único que podría reprocharme mis incoherencias me viene a buscar para sostener mi angustia y mi humillación. !Cuánta ilusión cuando pensamos en tener que ir a ti sólo cuando hemos alcanzado la perfección…! Se me ocurriría pensar que a ti no te gusta lo que soy, pero quizás no es exactamente así: a mi no me gusta como soy, pero a ti te gusto de cualquier manera, porque tu amor e salgo especial que respeta todo de mí y hace de todos mis instantes, un espacio de encuentro y de don. ¡Señor, enséñame a no bajar de la cruz con la pretensión absurda de salvarme a mi mismo! Hazme la gracia de saber esperar, a tu lado, el hoy de tu Reino en mi vida.


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